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Las armas eléctricas en la seguridad privada

  • Foto del escritor: Admin
    Admin
  • 15 sept
  • 2 Min. de lectura

I

La seguridad privada ha adquirido un papel cada vez más relevante en la protección de personas, bienes e instituciones. En este contexto, el uso de herramientas de defensa no letales, como las armas eléctricas (también conocidas como pistolas o bastones paralizantes), ha generado debate sobre su pertinencia, eficacia y las implicaciones éticas y legales de su aplicación. Estas armas, que funcionan mediante descargas eléctricas que temporalmente incapacitan a un individuo, se presentan como una alternativa intermedia entre la persuasión verbal y el uso de armas de fuego. Sin embargo, su incorporación en la seguridad privada plantea interrogantes sobre proporcionalidad, derechos humanos y capacitación adecuada.


El principal argumento a favor de las armas eléctricas en seguridad privada es su carácter no letal. Estas herramientas permiten neutralizar a un agresor sin causarle heridas permanentes, reduciendo el riesgo de fatalidades en confrontaciones. Además, se consideran más efectivas que otras armas disuasivas, como el gas pimienta o los bastones tradicionales, ya que actúan de manera inmediata sobre el sistema neuromuscular del oponente, limitando sus movimientos.

No obstante, el uso de armas eléctricas conlleva riesgos y responsabilidades. En primer lugar, su mal uso o aplicación desproporcionada puede derivar en violaciones a los derechos humanos, especialmente si se emplean en situaciones donde no hay amenaza real. Por otro lado, existen riesgos médicos, pues personas con enfermedades cardíacas, embarazadas o en estado de vulnerabilidad pueden sufrir consecuencias graves al recibir una descarga.

En el ámbito legal, muchos países restringen o regulan el uso de estas armas en manos de la seguridad privada, exigiendo licencias especiales o limitando su portación. Esto responde a la necesidad de garantizar que su aplicación esté acompañada de protocolos claros, controles estrictos y capacitación continua de los guardas de seguridad. Una mala formación puede convertir a las armas eléctricas en instrumentos de abuso en lugar de mecanismos de protección.

Finalmente, el aspecto ético merece atención. La seguridad privada, al ser un complemento de la seguridad pública, debe priorizar la prevención y la disuasión antes que la confrontación. El uso de armas eléctricas debe entenderse como un recurso de último nivel, solo aplicable cuando otras estrategias no han sido suficientes y siempre bajo el principio de proporcionalidad.


Las armas eléctricas en seguridad privada representan un avance en la búsqueda de medios de defensa menos letales y más efectivos que las armas de fuego. Sin embargo, su implementación debe estar acompañada de regulación legal clara, capacitación técnica y formación ética para los vigilantes, a fin de garantizar que se usen con responsabilidad y respeto por la dignidad humana. En este equilibrio entre seguridad y derechos se encuentra el verdadero desafío: aprovechar los beneficios de estas armas sin caer en abusos que perjudiquen la confianza en el sector privado de seguridad.

 
 
 

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